Me encontraba sola tirada en el pasto, con los ojos cerrados y abrazándome las piernas como si tuviera el cuerpo rotro. Sobre mí, un cielo oscuro se extendía hacia donde llegaba mi vista, nubes oscuras lo cubrían todo. De repente, se escucharon relámpagos y empecé a temblar. La lluvia cayó sobre mí y me mojó. Podía sentir el frío en mis huesos, pero aún así no me ponía de pie, y nadie venía tampoco a buscarme. Esperé que aquél tacto tan milagroso tocara mi mano; esperé ver su sonrisa, aquella que me haría sentir mejor para que you pudiera recuperar la capacidad de caminar. Pero él no llegaba y yo me había olvidado de cómo caminar. Esperé en vano sentir mi cuerpo recuperado, esperé sentirme mejor pero el bienestar no parecía llegar.
La lluvia seguía cayendo y me pregunté por qué no me podía levantar. Con el silencio y el viento golpeándome, caí en la cuenta de que esto era una lección. Un golpe, un baldazo de agua fría que me haría aprender a levantarme por mí misma y no esperar ninguna otra mano salvadora. Un tropezón en el fondo hacía años que sabía que ocurriría, yo lo provocaba. Aunque había pensado que yo había cambiado, que era capaz de no volver a lastimarme ni a mí ni a los demás, de alguna manera lo había vuelto a hacer. Yo ya conocía este mismo dolor, ya lo había vivído.
No puede evitar más que tener una sensación de DEJA VU. Aunque esta vez veía las cosas con claridad: la primera vez no habían sido los demás, había sido yo. Y la segunda esperaba que no terminara de la misma manera, pero nuevamente el rechazo se debía a mí, a cómo actuaba yo. Nunca había hecho nada productivible (no sé si existe esta palabra, pero no me importa), nada que le demostrara a los demás que eran el mismo aire que respiraba, que eran tan importantes en mi vida. O al menos, nada visible a ojos de ellos.
Me mordí el labio con nerviosismo. No sabía cómo volver a caminar, ni cómo seguir. No sabía si seguir esperando debajo de la gran tormenta o salir a buscar un sol lejano. No estaba enojada, ni resentida. Sólo podía sentir un dolor enorme, quemándome por dentro y, a su vez, impidiéndome gritar.
Recuerdos de Kenia.
Hace 3 años