Y, después de todo, cada uno construye su metodología para vivir. Tropezones y caídas nos alimentan para ir aprendiendo y, así, poder aprender a vivir. Se aprende, con un baldazo de agua fría, que estamos solos. O más bien, que tu vida te pertenece a tí mismo y a nadie más; no hay ningún otro sujeto al que le importe cómo elijas llevarla, las otras personas ya tienen demasiado trabajo llevando SUS propias vidas. Podemos tener algún compañero o compañera (o incluso más de uno) que nos acompañe y nos ayude más que otros, quizás un amigo o una pareja con quien realmente se tenga un vínculo de amor/amistad. Pero la realidad es que depende de vos mismos alzar la cabeza y avanzar hacia el punto que, para vos, sea la felicidad. A nadie más le importa, y uno debe entenderlo.
Así mismo, hay que comprender que la verdadera amistad, aquellos que nos guiarán por nuestro solitario sendero, se encuentra en no más de dos o tres personas. Pocos entienden el concepto de la verdadera amistad: ésta que no se engaña, la fiel, la que nunca abandona. Parecería simple, pero no lo es. La confianza entre las personas en algo difícil de tener y fácil de perder: uno confía en todos y va aprendiendo en quien se puede confiar o no, poniendo a prueba a los demás. Pocos sabrán callar tus secretos, pocos entenderán, muy pocos estarán siempre a tu lado. Y de esos dos o tres seres que te den una amistad VERDADERA, debemos saber guardarlos en el corazón, quererlos por sobre todas las cosas, intentar ser tan amigo verdadero como lo son con vos. Ojalá pudiera yo, algún día, ser tan fiel amiga como lo son mis cuatro amigos fieles.
Recuerdos de Kenia.
Hace 3 años
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