No tenía idea de qué estaba pasando, pero aún así aproveché ese momento. Enterré mi cabeza en su pelo, aspirando con fuerza ese aroma suyo que tanto me gustaba. Él fingió no darse cuenta, y con un pequeño movimiento de cabeza dejó que nuestros rostros se quedaran apartados por unos pocos centímetros.
Sentí que me quedaba sin aire al mirarlo a los ojos, y me pregunté si no estaría perdiendo la cabeza. Bueno, tal vez la había terminador de perder. Sonreí y se me escapó una risita nerviosa de mis labios: él sonrió también. Era asombroso vernos, a veces me parecía que cuando estaba con él mi estupidez luchaba por sobrepasar los peores límites; era como si mi inmadurez intentara ganarle a la de él continuamente. Sentí mi rosto enrojecer de verguenza, ¿cuándo iba a poder conseguir seriedad estando él cerca? Miré su ataque de risa, ahora provocado por mi expresión, y sintiendo un extraño dolor en el estómago me contesté lo obvio: nunca.