Miré su mano agarrada a la mía, y quise que ese contacto no terminara nunca más. No lo solté, y él, por alguna razón, tampoco. El calor de su mano agarrada a la mía era la sensación más linda que había sentido hasta entonces. Me sentía segura, tranquila, feliz.
Y entonces, me dí cuenta que vivía por y para él. Me dí cuenta que me estaba enamorando, que no podía despegarme de él. Sonreí con felicidad porque pasaba todos mis días con él, y con tristeza porque sabía que nunca me iba a atrever a decirle lo importante que era él en mi vida. Seguramente, jamás se enteraría de que todo mi mundo era él, que toda mi alegría dependía de él.
No podía imaginarme ya una vida sin él. De echo, me pregunté cómo había sobrevivido tantos años sin su locura. Ahora, la sola idea de estar lejos de él por mucho tiempo se me hacía terriblemente insoportable. Ya no había vuelta, ya no me podía arrepentir; sin él no podría respirar.
Recuerdos de Kenia.
Hace 3 años
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