Hoy todo tiene sentido. Hoy las lágrimas, el dolor, esa sensación de eterna molestia; todo tiene sentido. Ahora lo veo más claramente. Cada grito, cada lágrima, cada puteada. Cada vez que miré al cielo y pregunté "¿Por qué a nosotros?", cada vez golpe al piso, cada vez que me mordí los nudillos para intentar controlarme. Porque ahora lo entiendo: ahora entiendo que ésto es amor. Amor puro. Pasión. La pasión más linda de todas: el amor a River. Un amor eterno, que crece cada día más. Porque cada lágrima derramada es un campeonato, un ídolo, una butaca del Monumental, un peldaño en nuestra historia. Porque espero, y entiendo, que necesitábamos este baño de humildad, este balde de agua helada, este golpe para que salga lo mejor de nosotros. Porque ahora lo entiendo, cuando veo a los ídolos volver, cuando voy por la calle con la camiseta y una cantidad infita de gente te murmura "vamos river!" "que grande river!"; cuando me pongo la camiseta y siento que puedo levantar la cabeza con más orgullo que nunca; cuando veo a mi hinchada alentando sin parar, esta hinchada que no sabíamos lo que era el dolor, no sabíamos lo que era estar partido al medio por las rachas malas, y acá estamos, levantando la cabeza y saliendo a dar batalla cada partido dando aliento; cuando veo que la cantidad de gente que asiste a ver a River aumentó, que los hinchas estamos más enamorados de River que nunca; cuando veo que la cantidad de socios nuevos y visitar al museo incrementó terriblemente; cuando escucho a hablar a Almeyda, intentando dejar la vida en su trabajo, aunque sabe muy bien que está lleno de desagradecidos y lograr poner en la cancha once jugadores que se banquen la camiseta como él va ser muy complicado; cuando veo que a pesar de estar en la B, seguimos siendo el más grande.
Por la gente, por el fútbol, por la historia, por los ídolos, por los COLORES. El más grande. Lejos. Más grande que nunca.
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