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Sin vida.
Decididamente estoy muerta. O más bien, sin vida, que no es lo mismo. Es mi cuerpo lo que sigue caminando, fingiendo reír, actuando de manera autónoma de acuerdo a las situaciones que se presentan; eso es obvio que sigo estando, pero mi vida no está. Mi vida me la sacaron hace meses, se la llevaron. Mi vida... Mi vida, que ilógicamente nunca fue mía, de lo que se dice legítimamente mía. Mi vida, que jamás me perteneció con plenitud. Mi vida... Él, él era mi vida. Vivía porque mi vida era él, reía porque en alguna parte estaba él. Vivía porque tenía esperanzas de que mi vida fuera mía. Lo fue por un rato que a mí se me hicieron años, y sin embargo nadie lo supo, nadie se enteró que por un brevísimo instante mi vida fue mía. Pero ahora mi vida es de otra, se llevaron mi vida. Ya no tengo vida, sólo soy una sombra que sigue respirando por puro instinto. Con un corazón al que le duele cada minuto que pasa, con un corazón cada vez más frío que perdió todas ganas de seguir latiendo, con un corazón que ya no cree en nada ni en nadie. Con un cerebro que no deja de pensar en la vida que me sacaron, esa vida que jamás será mía, y sin embargo yo sin mi vida, ¿por qué sigo respirando, por qué? Claro que no tiene sentido seguir, seguir adelante sin mi vida. Pero yo sigo, al menos sigo respirando, sigo ocupando un espacio. ¿Qué hago aquí, hacia dónde correr? ¿Qué hacer cuando te arrebatan tu propia vida?
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