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Voló.
A veces ella buscaba respuestas y no las podía encontrar. Le parecía que el mundo se derrumbaba una y otra vez, y que no podía seguir. Y sin embargo, un día se decidió a luchar por ser feliz. Un día abrió los ojos y vió que lo tenía todo; tenía la felicidad que buscaba, pero tenía que aprender a encontrarla en lugares seguros, en lugares que no la lastimaran. Con una sonrisa completamente renovaba, se dió cuenta que tenía que cambiar varias cosas, pero que le gustaba el cambio. La entristecía alejarse de personas que para ella eran muy importantes, pero entendió que esas personas lo único que hacían era destruírla por dentro. Suspiró. No le agradaba la idea de dejar muchas cosas atrás. Y entonces lo vió, vió que podía volar. Sí, esta chica podía volar, sólo que nunca había sabido cómo hacerlo. Y voló, voló hacia las risas, hacia las voces que la hacían feliz; voló alto, alejándose del dolor, de la agonía, de las palabras hirientes. La alegría estaba allá, sólo que había tenido que aprender a encontrarla, aprender que para encontrarla había que buscarla.
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